Silencio {James}

Silencio. Un susurro de algún cuadro cascarrabias que, desvelado, se quejaba de la vuelta de los alumnos al castillo. Algún aleteo que provenía de la lechucería. El ronquido de un alumno que dormía plácidamente (todo lo contrario a sus compañeros de dormitorio). Y luego, más silencio. La oscuridad nocturna envolvía el colegio de magia casi con ternura. Fuera, la superficie del lago era como un manto inmóvil (aunque de vez en cuando sus aguas se removían ligeramente, pues incluso al calamar gigante a veces le costaba trabajo conciliar el sueño). Murmullos misteriosos llegaban desde el bosque prohibido, un lugar peligroso pero que a cualquier alumno de Hogwarts le atraía. Los más valientes se adentraban en él y, más tarde, eran castigados. Eso en el mejor de los casos.
Pero no era fuera del castillo donde me encontraba, sino dentro. Era más de medianoche y hacía tres días justos de mi regreso a Hogwarts. Tras asegurarme de que mis compañeras de habitación continuaban durmiendo (y soñando a saber qué cosas...y con quién...), salí silenciosamente y bajé hasta la sala común. No había nadie ya, todos estarían cansados y se habrían marchado a sus camas temprano. Pero a mí me daba igual que al día siguiente hubiera clase, ¡absolutamente igual! Tenía otros propósitos más importantes que las clases del colegio, mucho más importantes...
Me deslicé a través del tapiz, fuera de la torre Gryffindor, y deambulé un poco por los pasillos. A pesar de que los conocía bastante, me perdía continuamente. Además, debía andarme con ojo con Filch y su viejo y maldito gato, la señora Norris... ¡Cuántas y cuántas noches había correteado por allí con mis amigos...! Cinco años me habían sobrado para aprenderme de memoria el camino que iba a tomar aquella noche. Recorrí un pasillo tras otro. Ya quedaba muy poco para alcanzar la biblioteca. Sonreí animada y apreté el paso.
Y, entonces...
-¡Mira qué ha encontrado Peeves!
Suspiré por lo bajo al escuchar la voz del poltergeist. Me di la vuelta y allí estaba, flotando por encima de mi cabeza, haciendo volteretas y otras tonterías. Sin duda estaba muy contento de haberme pillado infraganti por el pasillo a aquellas horas.
-Ricitos fuera de su cama a medianoche, qué interesante, oh sí... ¿Qué se le habrá perdido por aquí?
Esbocé una sonrisa socarrona. La mayor afición de Peeves era molestar a los alumnos del colegio, por encima de cualquier otra. Y, que yo hubiera visto, Peeves sólo se llevaba bien con un alumno. Y ése era Fred Weasley II, uno de mis dos mejores amigos. No obstante, yo no era Fred, y él a aquellas horas estaría durmiendo en su cama...
Así que debía apañármelas sola.
-¿Y a ti, Peeves? ¿Qué se te ha perdido? -pregunté de mala gana.
-Sólo daba un inocente paseo por el castillo. Me gusta hacerlo por la noche porque no hay estúpidos estudiantes por aquí, pero, ¡oh, qué encuentro! La joven Kinklee haciendo de las suyas de noche...¡y sola! ¿A dónde vas, Dorita? Oz no es por ahí...
Peeves soltó una larga carcajada a la vez que daba una voltereta entera por los aires.
-Qué extraño -dije.
-¿Qué le parece extraño a la extraña ricitos? -preguntó Peeves.
No tenía otra alternativa: había que improvisar.
-Nada, es que no esperaba encontrarme contigo aquí sabiendo que el barón sanguinario está dando también un paseo nocturno...
El rostro de Peeves palideció (todavía más de lo común).
-¡Mientes! ¡Mientes! ¡El barón está en las mazmorras!
-No parecía que estuviese ahí antes, cuando me lo he cruzado...
El poltergeist frunció el ceño, estudiándome, como si estuviera manteniendo un debate interno. ¿Dirá Aldora la verdad o no la dirá? ¿La creeré o no la creeré? Tuve que contener la risa ante ese pensamiento. Justo unos segundos después, Peeves desapareció en dirección contraria. Una vez hubo abandonado el pasillo, sonreí de oreja a oreja y proseguí mi camino.
Entré sigilosamente en la biblioteca y encendí mi varita con un silencioso «¡lumos!». Me dirigía a la sección prohibida: aquel año no estaba dispuesta a quedar por debajo de Fred y James. Ellos, al ser un año más mayores, siempre conocían más hechizos o tenían más conocimientos que yo. ¡Y eso me molestaba mucho! No iba a permitir que un año de diferencia me dejara a mí como la tonta y boba Aldora a la que le tenían que enseñar todo porque no sabía hacer nada. ¡No, de ninguna forma! Fruncí los labios y caminé lentamente hacia el fondo de la biblioteca. Los libros parecían observarme al pasar y un presentimiento extraño me asaltó de pronto.
El presentimiento de que no estaba sola en aquella inmensa sala.
Y, entonces, escuché un susurro, seguido de un par de pasos. Instintivamente, sacudí la varita y murmuré «nox». El lugar quedó sumido en la más absoluta oscuridad. Tardé unos treinta segundos en volver a moverme, siquiera parpadear, mientras mis ojos se acostumbraban al oscuro ambiente de la sala. Di un paso hacia delante, con los cinco sentidos puestos en cualquier movimiento que se produjera a mi alrededor...

Me levanté de la cama y mi cabeza se topó con la ventana, vale, no sabia como habia ocurrido, pero así habian pasado las cosas. Tan torpe era James en la intimidad, por suerte eso sólo lo sabian Fred y Aldora. Por suerte.
Aún con los ojos llorosos por el golpe, me limpié la cara con la cortina de la cama (guarro) y me froté el pelo con las manos. Me levanté con cuidado, todaviamedio dormido y me acerqué a la cama de Fred.

-¡Fred! ¡Fred! ¿Fred? - Fred estaba dormido, a saber que soñaba, bueno, mas o menos lo suponia.

Me puse los pantalones, y al cabo de media hora me di cuenta de que intentaba meter el pie por el agujero de la cabeza de la túnica. Finalmente, ya vestido del todo y bien, cogí mi varita y salí por la puerta, no sin antes dejarle una nota Fred.


No podia irme sin avisar a mi compañero de toda la vida, pues el y yo eramos cuerpos gemelos, por así decirlo, si el estornudaba, también yo.
Satisfecho, saludé a la señora gorda con una reverencia y una sonrisa. Paseé por todo el colegio como si fuese el rey del lugar, tan seguro estaba de mis pasos y de no encontrarme anadie por el camino. Poco después oí una voz, Peeves.

- Mentirosa.. ¿mentirosa verdad? La cabeza espaguettis me ha mentido... ¿Barón? Nooooooo.

Merlín, si que estaba loco ese poltergeist, cada dia peor, en fin, que no tenia ganas de encontrarmelo, porque el si que estaba harto de mi, y me haria alguna perreria.

Cerca de la biblioteca oí un sonido, fue casi inaudible, pero ahí estaba, ¿Quién podia estar a estas horas en una sala llena de libros? Me adentré despacio y sin hacer ruido. Muy muy lento me acerqué a ella, no es que la viese, es que la sentia....

- Aldora..... - dije susurrando muy bajo y con voz de ultratumba.

Sólo veia reflejos de su pelo dorado, como un farol. Sabia que ella no era de esas chicas asustonas que se quejaban y gritaban todo el tiempo por tonterias, pero tenia una oportunidad estupensa para comprobarlo. Mas cerca de ella, le soplé el pelo, teniendo en cuenta de que podria recibir un manotazo, y dolian de verdad.

- Aldora..... - repetí - Dorita... ¿Por qué eres tan... bonita? - Bien James, con eso seguro que se iba a asustar seguro, daba miedo, si señor.

Ya no valia la pena seguir con el juego, así que encendí la varita y me la puse debajo de la barbilla, empezé a poner caras raras, cosa imposible, pues aún así, seguia siendo guapo, que le iba a hacer, la genética me amaba.

La primera vez que escuché mi nombre, creí soñarlo. Más tarde deduje que quizá había sido cosa de uno de los tantos retratos que había por la biblioteca, que me había reconocido y quería asustarme un rato. Así que di un par de pasos más hasta que volví a escucharlo, esta vez reconocí a la perfección la voz que lo pronunciaba. Aldora... Pero, ¿qué demonios hacía James allí, en la biblioteca? Él no era que dijéramos uno de los mejores estudiantes del colegio y tampoco estaba demasiado interesado en los libros... A James lo único que le interesaba era el quidditch y las chicas. Las chicas guapas, claro. Era por todo eso por lo que no encontraba lógica a que uno de mis dos mejores amigos estuviera aquella noche allí.

Dorita... ¿Por qué eres tan... bonita? Qué idiota era. Reí por lo bajo mientras escuchaba su voz más cerca. Pronto el rostro de James apareció entre la oscuridad, iluminado por el resplandor de su varita, y empezó a hacer caras raras. Tuve que taparme la boca con una mano para no reírme. Me acerqué a él, le obligué a bajar la varita y...le di una colleja (suavecita, para que no se quejara).

-¡Me has asustado, tonto! -me quejé-. Creía que era Peeves otra vez, o peor...¡Filch!

Negué con la cabeza en desaprobación, moviendo con gracia los cientos de rizos que caían sobre mis hombros, y suspiré. Ahora tenía otro problema: James querría saber qué hacía allí a aquellas horas. Debería improvisar algo y que sonara creíble. No es que se me diera mal mentir (había tenido que aprender cuando los profesores me pillaban haciendo algo...inusual), pero James y Fred me conocían mucho...demasiado. Y podrían oler una mentira mía a cien kilómetros de distancia.

Observé a mi amigo, que todavía estaba frente a mí. Su rostro parecía todavía adormilado, lo cual me hizo comprender que no había estado esperando a salir de su habitación toda la noche (como yo), sino que se había despertado hacía poco. Entonces llegué a ver algo que brillaba en su cabeza. Fruncí el ceño y, tomando de la mano a James, alcé de nuevo su varita hacia su cabeza. Y lo vi. Tenía un corte arriba de la frente, y sangraba. Abrí mucho los ojos y negué con la cabeza, otra vez.

-¿Qué pasa, señor Potter, ahora también quiere hacerse una cicatriz como la de su padre para ligar más? -sonreí dando a entender que bromeaba. Agarré una de las puntas de mi túnica y presioné con la tela sobre la herida tratando de detener la sangre. Lo más lógico para un mago habría sido recurrir a la varita enseguida, pero había vivido muchísimos años entre muggles y estaba acostumbrada a ese tipo de actitudes. Segundos más tarde, al darme cuenta de ello, reí por lo bajo, saqué mi varita de uno de mis bolsillos y murmuré unas palabras con la punta de ésta sobre la herida. Instantes después la herida se había cerrado y lo único que quedaba de ella era una fina línea rosada, casi invisible. Sonreí satisfecha con mi labor. -Seré medimaga... -luego reír otra vez en voz baja.

La broma me habia salido mejor de lo que yo creia, al menos la habia asustado algo, pero claro, ella conocia demasiado bien mi voz como para engañarla, a parte de lo inteligente e intutiva que era.

- O peor, ¡Fred sonambulo!

Iba a preguntarle porque estaba a estas horas en la biblioteca (normalmente estaba de dia) y lo peor, que no nos habia contado a ninguno de los dos, ni a Fred ni a mi, lo cual era muy raro y no dudé en sospechar algo, aunque no debia entrometerme, fuese lo que fuese.

- Dora.... ¿Molest...? - entonces ella se fijó en mi frente y puso cara de susto, me agarró de la mano y me alumbró la cabeza, ahora parecia una luciernaga, pero al reves - ¿Qué pasa? - sus cara de sorpresa me asustó de verdad, pero ... al tenerla tan cerca, supe que ella siempre estaria en mi vida, siempre seria mi amiga, siempre mi confidente porque solo ella hacia esas cosas.

Poco después noté algo caliente en mi cabeza, ah, bien, sangre, ya decia yo que ese porrazo no era normal, incluso me atrevia a decir que me habia dejado secuelas cerebrales.

- Oh si, intenta que quede lo mas visible posible Dora, las cicatrices te hacen mas atractivo ante las mujeres, aunque a mi no me haga falta ninguna, ya soy atractivo y ligo bastante así como estoy ahora - dije mientras reia y ella me curaba la herida. Ella era mi amiga y seguramente creeria que yo era un superficial, y no era tan así.....

- Posiblemente peudas ser medimaga y mucho mas Dora.... - aún tenia la pregunta en la punta de la lengua, tenia que preguntarlo si o si. Me toqué la frente con los dedos, era cierto, podria ser medimaga. Con una sonrisa de lado puse las manos a cada lado de su cabeza (como si tuviese oro entre ellas) y la besé en la coronilla, dandole así las gracias - Por cierto Dora... ¿Qué hacias a estas horas aqui?

Puse los ojos en blanco, como siempre hacía cuando James se ponía a explicar lo mucho que ligaba entre las chicas y lo guapo que era. Aunque no decía ninguna mentira: medio Hogwarts estaba loco por James Potter, y no sólo por su fama, sino por su obvio atractivo. Cualquiera que lo viera no podría negar lo obvio, pues era guapísimo. Pero él no era mi amigo ni por una ni por otra cosa, no. Él era mucho más que eso. Era listo, observador, leal, el mejor amigo (igual que Fred) que podrías encontrar.

Era James.

-También puedes inventar que te internaste en el bosque prohibido y una manada de centauros te atacó. Ya sabes lo que cuentan las leyendas, que en el pasado hubo un tiempo en el que no se llevaban bien con los magos... -me quedé reflexionando aquello. Me gustaba leer sobre cosas que pasaron antaño, aunque más de la mitad de las cosas eran mentira. La cuestión era, ¿cómo diferenciar unas de otras?

James me sacó de mis pensamientos diciéndome que podría ser medimaga y mucho más. Sabía que era un cumplido. Me besó en la cabeza y le dediqué una sonrisa, aunque ésta se desvaneció ligeramente cuando me preguntó sobre el motivo que me había llevado a estar en la biblioteca a aquellas horas. Era el momento de tomar una decisión. Si le mentía, lo sabría. Si le decía la verdad, ser reiría de mí. ¿Cuál era la mejor opción, pues? Terminé por tomar la que más iba conmigo. Suspiré antes de comenzar a hablar.

-Venía a buscar información sobre hechizos...en la sección prohibida -y era la verdad. Quería omitir la parte del "por qué", con un poco de suerte James no se lo plantearía-. ¿Vienes? Seguro que encontramos alguno interesante...

Y, de repente, un ruido aparecido de la nada sonó a nuestras espaldas. La gran puerta de la estancia chirrió al abrirse y actué por puro instinto. Le arrebaté la varita a James de la mano y susurré "¡nox!". Al principio, la varita no respondió. Al parecer no estaba dispuesta a recibir órdenes de un nuevo dueño, pero al intentarlo una segunda vez, cedió. La luz se evaporó y el pasillo en el que nos encontrábamos se quedó a oscuras, mientras la voz del viejo Filch llegaba hasta nuestros oídos. ¿Quién anda ahí? Los años pasaban por el anciano conserje pero él seguía trabajando como el primer día. Su gato también era viejo y gordo, pero se movía con rapidez y conseguía atrapar a cualquier alumno, el muy...

Agarré de la túnica a James y tiré hacia un pasillo lejos de la luz del farol que llevaba Filch. La señora Norris caminaba frente a él, ella podía ver mucho mejor que su amo en la oscuridad y eso no nos vendría nada bien. Había que encontrar un modo de que se fuera. Pero, ¿cómo? Miré a James en busca de ayuda, pero caí en la cuenta de que él no podía verme bien. Lo tomé de la mano haciéndole saber que estaba a su lado, y esperando que entendiera que teníamos que hacer algo.

Porque si nos encontraban allí...sería terrible.

No era raro que de vez en cuando paseasemos por Hogwarts, por simple curiosidad, aburrimiento o para sacar provecho, en este caso Aldora parecia sentir curiosidad por los libros prohibidos así que me sentí bastante tranquilo, no me estaba metiendo en nada oculto de su vida.

Yo también habia oido un eco lejano, pero estaba tan pensativo (sin saber porque) que no habia reaccionado. Últimamente estaba demasiado lento, demasiado ensimismado, ¿seria eso que la gente llama "madurar"? Si así era, yon o queria, deseaba seguir siempre igual, con mis tres amigos de siempre, siempre juntos.
Por suerte Aldora era mucho mas rápida que yo, al menos estos dias eh, y en seguida me arrastró con ella para escondernos. Y como ya se intuia, era el viejo de Filch, y yo me preguntaba como ese hombre podia hacer esas cosas con la edad que ya tenia, y por no hablar de su gata, estaba seguro de que no era la Señora Norris original, debia ser... su nieta por lo menos.

Una vez escondidos fui consciente de que no veia nada, que estábamos totalmente a oscuras. Contaré un secreto, si, a mi mismo, porque como toda persona, siempre nos escodiamos a nosotros mismos en alguna ocasión. La cosa es que tenia cierto pánico a la oscuridad, no por miedo a encontrarme con alguna cosa rara, no, es que en la oscuridad no veia nada y eso hacia que me sintiese mal, me sentia solo y abandonado, y eso si que me daba terror de verdad.
Gracias al cielo en la oscuridad nadie veia, ni Dora, que cerraba los ojos e intentaba recordar que no estaba solo, que tenia personas a mi lado. Me lo confirmó la mano suave de Dora, mano que estreché fuerte, ya si estaba tranquilo y listo a salir de aquí pitando, antes de que la urraca nos encontrase.

Estaba a punto de cometer una locura para poder huir cuando oí la voz de Fred. Me quedé muy quieto y me prometí que nunca jamas iba a llamarle a Fred Pelirrojo de bote, nos habia salvado el cuello. De pronto, la figura alargada de Fred emergió de la oscuridad y se paraba ante nosotros.

- ¡San Fredderik segundo! - exclamé. No entendí sus palabras en un principio, pero entonces miré hacia abajo y vi mi mano y la de Dora unidas - Ah.. eh ¡no! Sólo estabamos... en fin... - abandoné la cálida mano de mi amiga y me toqué la frente en un acto reflejo, algo que yo habia visto hacer muchas veces a mi padre - ¡Fred, Fred! ¿cómo darte las gracias? - dije trágicamente para luego llevarme la mano a los pelos, como desesperado - ahora me pregunto ¿Podrá el prefecto hacer desaparecer a estos dos bultos humanos sin que Filch nos vea? - dije estas palabras como si se tratase de alguna pregunta existencial, con los ojos puestos en la lejania, como en un letargo.

Y sin mas, cambia toda esta expresión por una serena y una sonrida ladeada, los brazos cruzados en posición chulesca.

- Un dia me vengaré de esa gata y ese viejo, lo prometo.